EN UNA ENTREVISTA reciente, Raquel decía que es función del artista “empujar los límites”…
Y, en efecto, Raquel empujó los límites, esas líneas imaginarias, hasta el punto de convertirlos en hilos. Hilos con que tejió este libro, y nunca destejió, porque esta mujer no estaba esperando a Ulises, viajera ella misma de mundos ilimitados.
Y en esta tela, tejida con calidad de espejo para que podamos mirarnos y reconocernos, se encuentran y se enlazan la imagen y la palabra, hasta constituir una unidad, una sola voz que se va apropiando de nosotros, seducidos por el hilo que viaja a través del laberinto que dibuja la vida.
Imágenes ásperas, difusas, móviles, sugeridas entre luces y sombras, planos y contraplanos, en las que danzan espíritus, mujeres carnales, calaveras, espectros, vida y muerte. Un juego de contraluz, un escenario, unos rostros, unos gestos: signos para reconocernos.
Y está la palabra, claro, que también juega y brincotea irreverente por las páginas, mientras va trazando una historia, una biografía, un juego, un poema, un manifiesto ideológico, un testimonio, una evocación.
Y la tela se ensancha, porque Raquel empuja los límites, y en ella caben rezos, dichos, esos juegos con las palabras mismas que viste y que desviste con la risa, letanías, anécdotas y guiños maliciosos.
Sin duda, Raquel juega porque el juego es un espacio ilimitado donde se siente a gusto, como todos, aunque nos cueste tanto reconocerlo.
El libro mismo, como objeto, es parte de esa tela urdida al calor de la ironía y la trasgresión. Es parte del juego. Tipografías, columnas, pies, espacios, nos retan a una lectura diferente, no lineal ni convencional, sino abarcadora y múltiple: casi como ir saltando una rayuela, llevados por el hilo del asombro.
Y es que Raquel demanda lectores y lectoras cómplices, que adhieran sin recelo a las claves del juego.
Pero hay mucho más. La tela es firme y densa y entre los hilos irreverentes aparecen las formas del dolor, del amor, del abuso, de la mezquindad, de la miseria. Aparece la vida, desnuda de artificios, desde lo cotidiano, con todos sus pliegues y dobleces, con las costuras en carne viva, sin hipocresías ni tapujos. Y no es que Raquel cuente; en realidad NOS cuenta… Porque ha empujado los límites también en su modo de desnudar el ámbito en penumbras de lo doméstico y privado, que es donde la vida se construye realmente, sin pudor, sin idilio, sin ficción.
Ritual, juego, espejo, la tela ilimitada nos abraza y nos abarca, nos envuelve y nos invita. Cada quién seguirá el hilo en que se reconozca, jugará su propio juego y se descubrirá en la luz de los espejos que lo reflejen. No hay límites, Raquel así lo quiso, porque en este mundo sin equidad, caótico y global, la búsqueda nos pertenece. Y el libro es una voz de alerta sobre nuestra infinita necesidad de saber quiénes somos, de dónde hemos venido, para saber al fin a dónde vamos.
Seguramente, esta mujer que nos ha permitido el privilegio de reconocernos seguirá haciendo de las suyas, porque todavía quedan muchos límites por empujar e incontables barreras que romper… Esperamos, Raquel, que tu oficio de mujer tejedora no se acabe, por los signos de los siglos, gracias y amén…
Mabel Morbillo
Y, en efecto, Raquel empujó los límites, esas líneas imaginarias, hasta el punto de convertirlos en hilos. Hilos con que tejió este libro, y nunca destejió, porque esta mujer no estaba esperando a Ulises, viajera ella misma de mundos ilimitados.
Y en esta tela, tejida con calidad de espejo para que podamos mirarnos y reconocernos, se encuentran y se enlazan la imagen y la palabra, hasta constituir una unidad, una sola voz que se va apropiando de nosotros, seducidos por el hilo que viaja a través del laberinto que dibuja la vida.
Imágenes ásperas, difusas, móviles, sugeridas entre luces y sombras, planos y contraplanos, en las que danzan espíritus, mujeres carnales, calaveras, espectros, vida y muerte. Un juego de contraluz, un escenario, unos rostros, unos gestos: signos para reconocernos.
Y está la palabra, claro, que también juega y brincotea irreverente por las páginas, mientras va trazando una historia, una biografía, un juego, un poema, un manifiesto ideológico, un testimonio, una evocación.
Y la tela se ensancha, porque Raquel empuja los límites, y en ella caben rezos, dichos, esos juegos con las palabras mismas que viste y que desviste con la risa, letanías, anécdotas y guiños maliciosos.
Sin duda, Raquel juega porque el juego es un espacio ilimitado donde se siente a gusto, como todos, aunque nos cueste tanto reconocerlo.
El libro mismo, como objeto, es parte de esa tela urdida al calor de la ironía y la trasgresión. Es parte del juego. Tipografías, columnas, pies, espacios, nos retan a una lectura diferente, no lineal ni convencional, sino abarcadora y múltiple: casi como ir saltando una rayuela, llevados por el hilo del asombro.
Y es que Raquel demanda lectores y lectoras cómplices, que adhieran sin recelo a las claves del juego.
Pero hay mucho más. La tela es firme y densa y entre los hilos irreverentes aparecen las formas del dolor, del amor, del abuso, de la mezquindad, de la miseria. Aparece la vida, desnuda de artificios, desde lo cotidiano, con todos sus pliegues y dobleces, con las costuras en carne viva, sin hipocresías ni tapujos. Y no es que Raquel cuente; en realidad NOS cuenta… Porque ha empujado los límites también en su modo de desnudar el ámbito en penumbras de lo doméstico y privado, que es donde la vida se construye realmente, sin pudor, sin idilio, sin ficción.
Ritual, juego, espejo, la tela ilimitada nos abraza y nos abarca, nos envuelve y nos invita. Cada quién seguirá el hilo en que se reconozca, jugará su propio juego y se descubrirá en la luz de los espejos que lo reflejen. No hay límites, Raquel así lo quiso, porque en este mundo sin equidad, caótico y global, la búsqueda nos pertenece. Y el libro es una voz de alerta sobre nuestra infinita necesidad de saber quiénes somos, de dónde hemos venido, para saber al fin a dónde vamos.
Seguramente, esta mujer que nos ha permitido el privilegio de reconocernos seguirá haciendo de las suyas, porque todavía quedan muchos límites por empujar e incontables barreras que romper… Esperamos, Raquel, que tu oficio de mujer tejedora no se acabe, por los signos de los siglos, gracias y amén…
Mabel Morbillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario